Usted dice: trabajar con niños es cansador, tiene usted razón. Y añade: porque hay que ponerse a su nivel, agacharse, inclinarse, encorvarse, hacerse pequeño.
En eso está equivocado: no es eso lo que más cansa, sino el estar obligado a elevarse a la altura de sus sentimientos, estirarse, alargarse, alzarse en punta de pies para no herirlos.
Janusz Korczak
“Matilde” es la primera novela de la autora chilena Carola Martinez Arroyo. La misma ha sido publicada por el Grupo Editorial Norma en su colección juvenil Zona Libre.
La novela narra las vivencias de una niña de ocho años llamada Matilde cuyo padre se encuentra desaparecido por la dictadura cívico-militar chilena. En ese contexto opresivo y represivo en donde reina el terror, Matilde intenta comprender qué ha sucedido con su papá y las situaciones que han hecho que su mamá pase tan poco tiempo con ella, circunstancias todas que están más allá de la posibilidad del lenguaje porque representan el horror y con él todo aquello que es inenarrable e inexplicable.
Como señala Suny Gómez “el desvelamiento de la identidad, la genealogía familiar, los secuestros son estrategias narrativas y tópicos que los escritores eligen ya no para ‘acercar el tema’ sino para narrarlo”. (Scerbo, 2014:17). En el caso de Matilde, Carola Martinez transita el horror de la dictadura a partir de un modo de representación literaria que caracteriza el mundo interior de una niña, su desamparo y soledad en un contexto político-social en el que impera el miedo, la persecución y la muerte.
Ahora bien, el problema del procedimiento discursivo de la representación es justamente el límite que presenta el lenguaje para poner en palabras lo que sucede en la realidad: el terror, la violencia, las desapariciones. Dice María Teresa Andruetto que “la intensidad de un escritor se mide por la calidad del narrador que es capaz de construir, el refinamiento de un punto de vista que elige para narrar una historia y el modo que esa construcción alcanza una credibilidad, una coherencia y una verosimilitud capaces de hacernos entrar en el pacto de ficción” (2015:163). Es por ello que lo primero a destacar en la escritura de Carola Martinez es justamente la calidad del narrador que ha construido y el punto de vista elegido. Hay un narrador en tercera persona que focaliza en la niña y sabe lo que siente, lo que piensa, cuáles son sus temores, sus deseos, sus ansiedades, su soledad. Pero no estamos frente a un narrador que simplemente focaliza en la protagonista sino uno que la valoriza, la comprende, puede ponerse en su lugar y cuya voz pareciera abrazarla y sostenerla en el medio de una marea embravecida de tensiones que la golpea día a día.
“Matilde está muy triste, y cuando está triste se acuerda de su papá. Su papá que tiene la sonrisa más linda del mundo. Su papá que parece un artista de cine cuando se pone su traje color marrón. Su papá que siempre le decía que, de todo lo que existía en el mundo, ella era lo más perfecto, y que hace tanto, tanto tiempo que no se lo dice”. (Martinez Arroyo, 2016:24).
Los enunciados breves que narran momentos claves de la vida de Matilde contribuyen a profundizar la subjetividad y la intimidad que el narrador le imprime al relato yendo al hueso de las distintas circunstancias padecidas por ella que, aunque conspiren para hacerla crecer de golpe, sigue aferrada a su niñez y a la añoranza de tiempos felices. Es así como la niña se encuentra en disyuntivas que la entristecen, la enojan y muchas veces se siente culpable por tener la sensación de haber hecho algo malo o por tener pensamientos de los que luego se arrepiente.
“-Pero, hijita, se fue muy de noche.
-Es un maleducado, uno saluda y se despide. ¿Sabes qué? Ojalá lo encuentren. Por malo y maleducado.
Y sale corriendo como loca de la cocina. Pero se arrepiente enseguida y llora peor.
-Ay, ay, ay, abuelita. Que no lo encuentren, por favor, que no lo encuentren”. (Martinez Arroyo, 2016:54).
A partir de los momentos y vivencias narradas a modo de breves fragmentos se manifiesta un universo complejo y problematizado mucho más amplio e inabarcable. Asimismo, aunque el tiempo de la historia se sitúa en el pasado, el tiempo del relato se ubica en el presente, elección que establece un vínculo mucho más estrecho entre el narrador y Matilde, como si éste la acompañara muy de cerca en cada suceso que le toca vivir, sosteniendo su subjetividad en la propia trama de palabras que va tejiendo.
El tratamiento que se le da a la escritura es un aspecto central de la novela en la que se da cuenta de las preocupaciones de la pequeña protagonista acerca de los conflictos que le genera el lenguaje y su ambigüedad, las contradicciones del mundo adulto, los dilemas morales. Matilde tiene muchas preguntas que no se atreve a hacer. Su abuela Pipa, su mamá, su tía Andrea no le cuentan lo que sucede o le dan explicaciones a medias. Tiene que mentir porque decir la verdad se ha tornado muy peligroso. No sabe por qué su abuela odia a su maestra y la llama momia. Ha escuchado palabras como, por ejemplo, desaparecido y terrorista, pacos y upelientos. A sus ocho años tiene muchos problemas para esclarecer quién es bueno y quién es malo porque se da cuenta que no siempre las acciones que los adultos realizan concuerdan con lo que le han enseñado y se tornan totalmente contradictorias e incomprensibles a su modo de ver los hechos.
“No puede dejar de pensar. Piensa en Pinochet y en su abuela que lo odia. ¿Es mala su abuela por odiarlo? La señorita dice que odiar es malo. Pero la abuela lo odia porque lo separó de su hijo.
Piensa en Ana, que es buena y graciosa, en su mamá que hace rica torta y es muy amable. Pero esa misma señora tiene la foto horrible del hombre al que su abuela odia.” (Martinez Arroyo, 2016:32).
La niña sabe que las palabras no siempre designan lo que ella supone e incluso, algunas de ellas, pueden volverse muy peligrosas al decirlas en voz alta.
“Y momia es una palabra que no se repite, me escuchaste, es peligrosa, mira que no es la momia de las vendas, significa que eres de derecha, seguidora de Pinochet”. (Martinez Arroyo, 2016. 15).
La visión dialógica atraviesa toda la novela y va dando cuenta de las distintas voces y posturas ideológicas que entran en tensión. Esa polifonía representa también las tensiones manifiestas entre el espacio público y el privado. Matilde sabe que fuera de su casa (la escuela, la plaza, la casa de los vecinos) no puede actuar de la misma manera y debe mentir o cuidarse mucho de lo que dice y, por ello, muchas veces prefiere quedarse en su casa con la abuela.
Aun así, por ciertos hechos dolorosos que acontecen, Matilde participa junto a su familia de protestas contra el régimen pinochetista. Esa participación en el espacio público y sus profundas reflexiones sobre lo que sucede y la implicancia del lenguaje van modificando su mundo interior y posibilitan la afirmación de su propia voz con la carga ideológica que esto conlleva.
Matilde va comprendiendo que las palabras tienen una carga semántica e ideológica diferente para unos y para otros y, en esa lucha por el signo, ella puede tomar una posición asumiéndose como hija de un desaparecido.
“Desde lo de mi padrino a mí no me preguntan nada. Es como si les diera miedo que yo me rompa. Mi papá es un desaparecido”. (Martinez Arroyo, 2016:99.).
En cuanto a los personajes, los mismos están delineados de tal manera que permiten destacar la relación asimétrica entre los adultos y la niña. Por un lado, tanto la madre como su abuela y familiares cercanos están destrozados por lo que les pasa. Si bien aman a la niña, la situación los supera y van haciendo lo que pueden. Pipa, la abuela, es la que más la contiene pero, a pesar de ello, cuando la niña se atreve a preguntar o reclamar, suele dar por finalizadas las conversaciones de manera contundente. La niña, en cambio, la mayoría de las veces se queda en silencio porque elige callar o porque se ve imposibilitada de poner en palabras aquello que le pasa o siente.
Otro aspecto a destacar de la novela es que el relato, llegando al final, se ve alterado en su desarrollo cronológico en forma de prolepsis. El tiempo pasó y una parte del mismo está ilustrado por una artista colombiana llamada PowerPaola cuyas ilustraciones también focalizan en la subjetividad de la niña y su tristeza como también su transformación. En el final, el narrador vuelve al texto. Por otra parte, es muy valioso que la edición respete los usos del idioma particulares de Chile con sus propias expresiones idiomáticas porque, como señala Andruetto, “la literatura, si en algún sitio reside es en lo particular (…) porque, como lo imaginaron los neorrealistas italianos, lo universal es lo local sin límites” (Andruetto, 2015:41).
Volviendo al trabajo de escritura realizado por la autora, su construcción en torno al narrador y el punto de vista podría asemejarse a una lente cinematográfica que focaliza en la afectividad de Matilde para que el lector ingrese en su interioridad y pueda mirar el mundo desde los ojos una niña –como cualquier otra niña, como cualquier otro niño- cuya vulnerabilidad se ve acrecentada por un contexto sumamente complejo además de la relación asimétrica con el mundo adulto. En definitiva, una niña cuya sensibilidad honda, su incertidumbre y sus preguntas interpelan al lector, abriendo nuevos interrogantes gracias a un narrador que, al igual que Korzack, se eleva hasta la altura de sus sentimientos, se estira, crece y se levanta sobre las puntas de sus pies para no herirla.
Carola Martinez escribe y les da voz a los niños. Escribe y nos acerca sus voces. Escribe y sostiene la infancia en las redes de ternura tejidas con la palabra que contiene y abriga, la que ilumina y transforma.
Alejandra Moglia
Corpus literario
Martínez Arroyo, Carola. (2016). Matilde. Buenos Aires: Norma.
Corpus teórico
Andruetto, María Teresa. (2015). La lectura, otra revolución. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Scerbo, Ignacio L. (2014). Leer al desaparecido en la literatura argentina para la infancia. Córdoba: Comunicarte.